Luna Nueva en Aries

El lago seco y la tenebrosa oscuridad



Después del eclipse todo se tornó extraño. Cómo si el efecto hubiera comenzado al terminarse. Me inquieté, me cansé, me exalté y me violenté. Una jauría de perros lobos me persiguió, y uno de ellos logró atacarme. Me mordió la pierna izquierda cuando intenté defenderme. Mi única defensa fue la furia y la vehemencia de su propio maltrato, del mio. Grité tanto y profundo que el perro lobo retrocedió, cómo si hubiera visto una fiera más aterradora que su propio hambre.

Liberar esta energía me llenó de violencia, no sentía amor, no sentía ternura, sentía un profundo deseo animal de morder, de clavar mis garras. Un odio repentino se apoderó de mi. Ya todo estaba oscuro otra vez. Se veían las estrellas, y la figura de una luna comenzando a crecer, sonriente en el cielo oscuro, me mostraba una realidad que no entendía o que rechazaba. Mientras, sangraba y mi pierna dolía. Miraba mi herida y odiaba a esos animales salvajes que me la habían provocado. Quería destruirlos, la cólera se apoderó de mi.

Trataba de pensar en cosas bonitas y las terminada odiando o haciendo que no me importen. Las descartaba en mi interior porque sentía que no podrían ayudarme y que posiblemente eran puras fantasías. Pensaba en el amor y veía mi sangre, y entonces todo se volvía furia. ¿Quién quiere amor en este mundo? Mis dientes eran los de un animal horrible, hambriento, desesperado. Los rechinaba. Mis manos estaban todas lastimadas, de defenderme de los perros lobos y después porque ya no me importaba cuidarlas. ¿Quería lastimarme?

Sólo habían pasado cuatro días que todo era hermoso y luminoso, pero como profecía auto cumplida, se puso oscuro y nunca mejor dicho: Perro; Perro Lobo. ¿Qué hago en este bosque? ¿Qué me interesa la luna? ¿Qué me importa el amor? Venían imágenes de muchas situaciones de mi vida. Y se formaban interrogantes sobre el futuro cercano, lejano. Parecía que había perdido contacto con el presente. Y una voz dentro de mi decía: esto es lo grave. No estoy aquí. Estoy entre un pasado que rechazo y me deprime, y ante un futuro incierto que me genera extrañeza y confusión. Me sentí en una trampa.

Seguí caminando, pero estaba agotado. Me dolían las piernas y la angustia era grande. Enorme. Una gran desazón me invadió. Nada tenía sentido. Estaba lleno de rencores y de odios. Qué horrible sentirse así me decía, triste y sin fuerzas. Esta parte del bosque era tenebrosa y oscura. Los árboles estaban secos. Caminando me doy cuenta que antes había allí había un lago, pero ya no tenía agua. Me paré a mirarlo, al fondo se veía una grieta, parecía que el agua del lago se había escurrido por esa grieta. Aparecieron dos esfinges a cada lado del lago, me oprimían, veía los rostros de esas esfinges claramente, podía reconocerlas muy bien. Me acosaban. Tenían un peso gigante sobre mi. De ahí la opresión que sentía, me faltaba el aire. Estaba tan agotado que no podía irme a otro lado. No había dónde ir. Cansado, mareado y deseando desaparecer para no sentir, me senté a los pies de un árbol seco. Puse mis brazos tomando mis piernas y mi cara apoyada sobre las rodillas.

Ya no había corazones en el cielo. Ya no tenía fuerzas ni para mirar arriba. ¿Dónde se fue todo lo hermoso, lo bello? ¿Dónde se fue el amor? Recordé a Rubén Darío cuando decía ‘dichosa la piedra que no siente el dolor de estar vivo ni la vida consciente’. Quería ser piedra, mineral, o acaso planta. No quería observar, sólo quería ser. Más no podía. Me dolía el cuello, tenía sed. Y finalmente me quedé dormido.

Soñé que lloraba mucho, que me dolía todo. Lloraba y lloraba y seguía llorando, mis ojos eran como nacientes de agua de una montaña que expulsaba de sus entrañas la vida que yacía dentro. Pasaban las escenas de mi vida. Mi infancia, mis miedos, mis propios monstruos, mis desvíos, pasaban personas que fueron importantes para mi. Todos venían llorando, y sus lágrimas se juntaban con las mías. Me miraban a los ojos llorando. Y sus lágrimas caían al suelo. En el suelo nuestra lágrimas se juntaban, se abrazaban y eran una sola lágrima. Pasaron días y días ¿meses? de recibir a tantos seres llorando. Cada uno se quedaba largos ratos compartiendo su llanto. Quizás estábamos naufragando. Y me perdía en los llantos compartidos, en las angustias propias y ajenas. Cada lágrima dolía mucho y a la vez sanaba algo. Era desolador, pero necesario. Al cabo de un tiempo de llorar tanto, mi cuerpo comenzó a sentirse diferente, tenía menos peso y poco a poco un día tras otro fue despegándose lentamente del suelo, hasta que al fin me di cuenta que estaba levitando. Flotaba y era sorprendente. De pronto tuve que ocupar mi energía en el fenómeno que me sucedía, y como si nada de un momento a otro dejé de llorar.

Como podía flotar, volar, decidí dar una vuelta y pensaba en algo e inmediatamente aparecía ante mi, mientras seguía flotando. Pensé en ver el mundo entero, pero vino una imagen del desierto, y como un flash, ahí estaba ante mi. Miré los bellos paisajes del desierto desde arriba. Vi todos esos cactus y arbustos, ese color entre café y rojizo. Mirando la tierra podía de pronto vi muchos peyotes. Desde lo alto se veía que dibujaban un mapa con mandalas y signos extraños. Pensé que era un lenguaje para ver desde el cielo. De pronto a mi lado había águilas azules, algunas tenían dos cabezas, volaban con un vuelo mágico, y volé con ellas. Cuanta belleza. Cuanta poesía. Por eso los Huicholes (Wixárikas) deben pintar así pensé. Así es como se ve desde el cielo volando con las águilas azules.

Tuve una imagen de la selva, y de pronto desapareció el paisaje con sus peyotes y águilas, y todo era verde intenso, no se podía ver más que grandes brócolis gigantes desde arriba. Sentí que debía volar más bajo. Y me metí entre los árboles. Me di cuenta que era un búho. Muchas hormigas en la rama hacían mucho bullicio. Sí, escuchaba todo. Un poquito más allá el deslizar de una iguana. Los tucanes hablando entre ellos indicando dónde había buenos frutos para comer. Las arañas haciendo sus telas hacían un sonido algo gracioso. Un poco más abajo el sonido de ardillas correteando. Entre las hojas las serpientes surcaban su camino. Las lagartijas y las salamandras conversaban entre sí. En la copa de un árbol un perezoso masticaba unas hojitas. Atrás el sonido de un cauce de agua como fondo de esta maravillosa orquesta. Cuantos sonidos maravillosos haciendo una sinfonía planetaria llena de vida.

De pronto, recordé mis lágrimas y la gente llorando. Y aparecieron muchas personas, como en un cañón, una quebrada, dónde había un estanque agua. Había mucho sol, luz. La piedra de la quebrada era roja. Yo estaba dentro del estanque con agua hasta más allá mis rodillas, recogía agua y la desparramaba sobre mi cabeza. A mi alrededor las personas hacían lo mismo, algunas venían caminando hacia la quebrada. Eran miles de personas llegando al estanque. No las conocía, era gente de todas partes del mundo. No sabía por qué lloraban, pero lloraban más que yo, parecía que llevaban toda su vida llorando. Pensé en la guerra, en el desplazamiento, en la violencia, en el desamor. Vi cómo todo eso me atravesaba, cómo me dolía. Las personas a mi alrededor metían su cabeza en el agua de la quebrada también y hacían movimientos con su cabeza. Supe en ese momento que era un ritual de purificación. !Me di cuenta que el estanque era de lágrimas!

Desperté. Abrí los ojos y vi que todo había sido un sueño. Pero cada gota había sido tan real. ¿Cuantas lágrimas hay entre el sueño y la realidad? Miré a mi alrededor intentando entender dónde estaba. El árbol en el que me quedé dormido había retoñado y el lago seco ahora tenía agua. Me acerqué y miré al agua y parecía como que se fue cerrando la grieta del lago y volvió a llenarse naturalmente. ¿Fue la gente llorando en mis sueños?

Estaba sorprendido, yo no había hecho nada. Sólo pude aceptar mi cansancio, mi dolor, y mi tristeza. Y dormir, descansar, soñar. Sin embargo cuando desperté habían pasado tres años. Una luna rosa en su apogeo me saludaba. Era luna llena de abril.